Señor Cáncer

Crónicas del cáncer - Capítulo II

Por Gladys Cavero, Content Specialist de PEOPL.

Ciudad de México, Julio 26 del 2024.

En la comunidad de PEOPL, nuestra misión es brindar apoyo y conocimiento a través de información y también historias que nos llevan a la reflexión.

Nos alegra presentarles el segundo capítulo de “Crónicas del Cáncer“.

Si te perdiste del primer capítulo, puedes leerlo en el siguiente link: https://peopl-diario.beehiiv.com/p/seor-cncer

El ratón de los ojos

Crónicas del cáncer.

Capítulo II

Por: Sup Tupa (Rubén)

«Decían que la ceguera era negra, pero yo lo veo todo blanco...»

Ensayo sobre la ceguera/ José Saramago

Señor Cáncer, deja te platico lo que sucedió el día de la operación:

Estoy tendido en la camilla que me lleva al quirófano, las lámparas del hospital que cuelgan en los pasillos desfilan una a una ante mi mirada aún completa, estoy muy asustado. Recordé que semanas atrás el médico oncólogo había sentenciado: Sí, es cáncer y sí o sí te vamos a quitar el ojo.

Tragué saliva, y como no hay fecha que no se cumpla, estaba ahí en una nueva batalla.

La velocidad del camillero era constante y hábil, sorteaba los obstáculos, enfermeras y otras camillas, otras enfermeras y otras historias.

En la cama 552 – frente a la mía – estaba Rafael, tenía amputada la pierna izquierda a la altura de la ingle, se veía apaciguado, de vez en vez sacaba su revista de crucigramas, con bolígrafo en mano surcaba el día de no sé cuántos que ya llevaba ahí.

El camillero me conduce por un pasillo y sé que es su límite geográfico al soltar voz en cuello la frase:

¡PACIENTE PARA QUIRÓFANO!

¡PACIENTE PARA QUIRÓFANO!

Al fondo del pasillo se oye otra voz:

- ¡Ya te oí cabrón, no me grites!

- ¡Entonces haz tu trabajo!

Y así fue como cambié de conductor de camilla.

Llegamos a una especie de estacionamiento de camillas, de un lado los ya operados y del otro los que ingresarían. Pensé en esa frase que me apropié de una película: «Ave César, los que van a morir te saludan».

Para ese momento tenía el presentimiento de que me iba a morir, que no saldría vivo de la cirugía.

Pasaron cerca de 15 minutos y la camilla inició de nuevo su recorrido, más y más pasillos. Cuando llegamos al quirófano, todo el personal – conté por lo menos siete personas – se avocaron a prepararme. Nuevamente me vino a la mente ese viejo relato de Gabriel García Márquez, incluido en su compilación de Doce cuentos peregrinos: Yo solo vine a hablar por teléfono.

El relato describe a María de la Luz Cervantes, de 27 años, cuyo auto se ha descompuesto y le pide al conductor de un autobús que la lleve al lugar más cercano para hacer una llamada. El autobús está lleno de mujeres de diferentes edades, todas ellas enfermas mentales y su destino es un hospital psiquiátrico.

Al llegar al hospital y bajar con todo el bloque de enfermas, a ella también la fichan y encierran, a pesar de que ella decía: No estoy loca, yo sólo vine a hablar por teléfono.

Y yo, solo vine a una revisión de rutina y hoy estoy en la plancha helada del quirófano. Escucho la voz del médico: Rubén, masculino, tiene cáncer y le vamos a quitar el ojo derecho.

Mi pecho y brazos sintieron el recorrido de lo que creo fue la anestesia, di un gran respiro y me desvanecí.

Mi siguiente recuerdo fue en el estacionamiento de camillas – ya del lado de los operados –, una persona con uniforme blanco estaba a mi lado, ¿cómo salió todo? Miró el expediente y se remitió a decir: bien, todo salió bien. Al parecer estaba vivo.

Cuando escuchas la palabra cáncer, inmediatamente lo ligas a la muerte, a historias cercanas o lejanas sobre momentos complicados y complejos, muchos de ellos con finales tristes. Al entrar a la sección de camillas del quinto piso, aún aturdido por la anestesia, veo a mi pareja a contraluz del ventanal, su silueta resalta con un halo de luz, me recuesto en mi cama, volví a desfallecer.

Horas después, del lugar que ocupaba mi ojo emana sangre, me limpio, me limpian, estoy aturdido por la anestesia. Dicen que todo está bien, no lo entiendo del todo, pero ya no tengo un ojo. Casi veinticuatro horas después, el personal médico me dice: ya te puedes ir. No lo dicen con claridad, pero necesitan la camilla para otros pacientes.

Cuando me visto, encuentro en mi pantalón un billete de cincuenta pesos. Ese dinero no estaba allí. Tal vez de manera inocente, recordando un poco mi infancia, imaginé que tal vez fue el pago del ratón de los ojos, primo lejano del ratón de los dientes.

Señor Cáncer, he pagado la cuota. Por favor, no vuelva.

Continuará…

Sobre el autor, :

Es teólogo, radialista de banqueta, cronista urbano, autor de las llamadas Crónicas Pachecas, Crónicas de la Pandemia y ahora por su condición de paciente oncológico autor también de las Crónicas del Cáncer, se dice creyente de Dios y el Chamuco, fan de los ovnis, de la literatura mamila y los tacos de suadero. Las malas lenguas dicen que fue a la escuela, pero lo niega rotundamente.